DE LOS VALORES.
La historia
manifiesta una constante búsqueda de los atributos de valor artístico. Esta
necesidad por el disfrute, es propia, en el desarrollo de cada estrato individual
y social del potencial humano. Todos esperamos el beneficio del sentir nuestras
necesidades satisfechas, y las necesidades de admirar, asombrarse,
complacerse y disfrutar, son
naturales para cada ser humano.
Esa misma necesidad
por complacencia ha gestado el desarrollo de los oficios a lo largo de la historia.
El ser humano espera siempre lo mejor, y lo mejor es aquello que lo satisface.
Esta realidad constante es en si misma, la que deriva los diversos estratos de
satisfacción. La satisfacción es siempre proporcional a la exigencia de la
necesidad. Pero no todas las necesidades son iguales en su exigencia y eso es
lo que deriva en los diferentes objetos de valor. Un diamante vale mucho en el
mercado de valores, pero no vale para salvar a quien se ahoga en el océano, en
este caso vale más una llanta de tractor que un diamante.
La ignorancia de
esta realidad en el mercado de las bellas artes ha trastocado al mundo de la
estética, fragmentándolo en tal manera que los profesionales de la misma han
sido marginados por la masiva postulación de fragmentos insuficientes que
pretenden, con sus fragmentos los beneficios de lo completo, de lo máximo.
¿Cómo pretender que
un fragmento valga lo mismo que la totalidad? ¿Cómo esperar que una línea, un
color, o una mancha, valgan igual que una imagen? ¿Cómo esperar que un oficio
valga tanto como la investigación, o un descubrimiento tanto como un
experimento?
Nos orgullecemos de los grandes beneficios
derivados de los descubrimientos, así como del desarrollo sensible de la
capacidad de percepción de nuestros líderes intelectuales y representantes sociales, pero en el plano de
la estética nos encontramos con una situación social totalmente dicotómica. Por
un lado, existe la necesidad de admirar el beneficio de la complacencia derivada
de la imagen, del sonido o del volumen, y por otro lado, existe el criterio de
repudiar a los objetos que satisfacen esa necesidad, repudiar la armonía, la concordancia o lo
adecuado.
La necesidad
estética exige del beneficio derivado de la armónica concordancia producida
entre el apreciador y el reconocimiento de la validez del objeto apreciado. Pero,
curiosamente, en las artes plásticas se ha generalizado la defensa del
priorizar las discordancias en lugar de las concordancias, la ruptura en lugar
de la unidad, la sorpresa vulgar en lugar
del asombro genial y las diferencias en lugar de las armonías.
Es natural que se
pretendan nuevas aventuras, pero no debemos exigir de estas experiencias el
beneficio del descubrimiento. Son muchos los intentos por encontrar petróleo,
pero a nadie se le ocurriría exponer y vender los objetos utilizados en la
búsqueda del petróleo y pretender que se le pague, por las herramientas
utilizadas en el intento, un precio
igual al del yacimiento de petróleo. El
petróleo es el beneficio del descubrimiento y no las herramientas.
En las artes
plásticas ocurre algo curioso, se pretende que el valor de las herramientas sea
igual al beneficio del descubrimiento. Esto se debe a la ignorancia de los
valores contenidos en las artes plásticas.
Las artes plásticas
contienen valores derivados de sus proposiciones temáticas. No vale lo mismo
una proposición emblemática universal válida siempre y para todos los humanos,
que una proposición individual, válida únicamente para quien la postula. Si,
por ejemplo, propongo la realización del tema de la cueca, posiblemente sea
reconocida mi propuesta por quienes reconocen la cueca de mi obra, pero ¿cómo
van a apreciar el tema de la cueca aquellos que nunca la han escuchado o visto,
o no saben de la existencia de la cueca? La cueca es una proposición
fragmentaria que será apreciada temáticamente por quienes reconocen a la cueca.
Pero si en lugar de ella propongo, por
ejemplo, el tema de la ansiedad, seguramente
todos los humanos podrán reconocerse en ella y apreciarla como propia. Esto
transforma a la ansiedad en una proposición temática emblemática, es decir por
todos compartida. Y esto es independiente de que la ansiedad sea atractiva o
rechazada por quienes la padecen.
A nivel de
proposición temática, existen temas de carácter universal o emblemático y temas de características fragmentarias o
individuales que deben complementarse entre sí. Por ejemplo, si, se propone la
ansiedad como tema y esa propuesta no contiene ninguna conexión con el autor,
la proposición puede ser apreciada por todos los humanos como propia, pero el
autor habrá postulado un tema impersonal, puesto que no quedó manifiesto en el
su ansiedad. Por lo tanto, el valor temático máximo de la proposición ha de
contener los atributos de ser siempre y para todos válido y, en ese “todos”, se
ha de incluir también al autor de la propuesta.
Existen otros
valores en el arte de la plástica, como son el valor compositivo de la idea y
de la imagen, el valor gráfico de la precisión y de la destreza en el trazo, el
valor tonal de los claros y oscuros, de
los altos y bajos contrastes y el valor cromático de los colores cálidos y
fríos, así como el valor del oficio depurado o de la improvisación. Estos
valores, siempre y cuando existan en armónica relación entre sus complementariedades,
producen beneficios que satisfacen a la necesidad del apreciador.
Podría decirse que
estos valores son objetivos, puesto que
se pueden comparar visiblemente unos con otros. Pero también existen en la
plástica otros valores subjetivos, como por ejemplo, la originalidad, la
comunicación o la suma de atribuciones sensibles, significativas o serviciales
de la obra. Por ejemplo: si la obra ha pertenecido a un líder nacional, o si ha
participado en una exposición de prestigio, o ha sido parte de una subasta en
la que su precio ascendió hasta el extremo de ser adquirida por una enorme suma
de dinero. Estos atributos se suman al
atractivo de poseer dicha obra, y puede ocurrir que un trabajo de escasos
valores objetivos adquiera el atractivo del mercado, aún sin contener valores
temáticos universales, o sin contener el desarrollo máximo de las habilidades
de un oficio. Pero esto es parte del mercado de valores, y no tiene nada que
ver con los valores propios del oficio del artista.
Por valor se entiende la cualidad contenida en el
objeto que satisface la necesidad del sujeto que lo aprecia. ¿Apreciamos todos
lo mismo? No, no lo hacemos ni en la intensidad ni las particularidades de lo
apreciado pero todos sentimos lo mismo del beneficio de lo observado, todos
sentimos complacencia o displicencia, y todos sentimos el acomodo de la
complacencia que nos satisface y el desacomodo de la displicencia que nos
insatisface.
Valor es una
cualidad que se establece en la correlatividad, concordia o coincidencia entre
el objeto observado y el sujeto que lo aprecia. Sin el sujeto que aprecia o sin
el beneficio derivado del objeto observado no puede establecerse el valor. El
valor existe en potencia en toda existencia, pero esa potencia se realiza en la
apreciación del sujeto.
Existen valores en
potencia que son siempre validos para todos los apreciadores (plenitud,
justicia y cumplimiento) y existen diversos
grados en la intensidad de la apreciación que diferencian la evaluación de ese
potencial. Por ejemplo, los valores que satisfacen a las necesidades emocionales
son muchos, y en su apreciación podemos entenderlos como relativos a la
capacidad de cada uno, pero el sentimiento de plenitud es por todos perseguido
y es insuperable. No existe satisfacción
o gozo que supere el estado de plenitud. Lo pleno es pleno, no exige ni
necesita de más. Lo mismo ocurre con lo justo: toda razón pretende el encuentro
con lo verdadero, y en ese sentido, puede que lo cierto para uno, no sea tan
cierto para el otro, pero lo justo es justo, concordante y adecuado para toda
justicia. De igual modo que lo completo o lo cumplido. ¿Podría hacerse algo más
perfecto, más servicial o más adecuado que lo cumplido o lo completo de acuerdo
al deber de la razón que así lo justifica? Lo completo, lo justo y lo pleno no
exigen de más y por lo tanto, podemos referirnos a estos valores como los
valores máximos insuperables, que por ser por todos perseguidos, y por ser
validos siempre y para todos, transforma
a estos valores en absolutos.
Al comprender la
realidad de estos valores máximos insuperables y absolutos como constante en la
necesidad, en el interés y en el deseo del ser humano, podemos entender la razón del porqué el arte es el medio utilizado en la consecución de estas
máximas constantes. El arte, cuando pierde la orientación de su destino máximo,
pleno, justo y cumplido, se transforma en fragmento, en relativo a la
interpretación de cada uno. Pero como hemos demostrado, los valores absolutos
de plenitud justicia y cumplimiento del deber, no son propios ni relativos a cada uno, son las necesidades
propias de cualquier proposición, necesidades que por lo demás esperan siempre
ser satisfechas y quien logra la satisfacción de la necesidad, del interés y del
deseo del apreciador, establece el valor de complacencia máxima o plenitud, de
certeza máxima o justa razón y del cumplimiento máximo del deber necesario.
Las artes plásticas
deben recuperar la orientación estética, fijando su atención en el
establecimiento ético de una moral madura. Sin el cumplimiento del desarrollo
moral del artista, difícilmente podremos descubrir al artista maduro, sin el
desarrollo ético de las relaciones que establece el creador de una proposición,
difícilmente podremos hablar de un arte justo y sin la maduración en el
cumplimiento del deber de satisfacer a las más altas necesidades validas
siempre y para todos, difícilmente podremos calificar al autor de ser “artista”.
Martín Soria
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