domingo, 24 de febrero de 2013

EL ENEMIGO DEL ARTE ES LA IGNORANCIA DE LOS VALORES


EL MÁXIMO ENEMIGO DE LAS ARTES ES LA FRAGMENTACIÓN
DE LOS VALORES.

La historia manifiesta una constante búsqueda de los atributos de valor artístico. Esta necesidad por el disfrute, es propia, en el desarrollo de cada estrato individual y social del potencial humano. Todos esperamos el beneficio del sentir nuestras necesidades satisfechas, y las necesidades de admirar,  asombrarse,  complacerse y  disfrutar, son naturales para cada ser humano.

Esa misma necesidad por complacencia ha gestado el desarrollo de los oficios a lo largo de la historia. El ser humano espera siempre lo mejor, y lo mejor es aquello que lo satisface. Esta realidad constante es en si misma, la que deriva los diversos estratos de satisfacción. La satisfacción es siempre proporcional a la exigencia de la necesidad. Pero no todas las necesidades son iguales en su exigencia y eso es lo que deriva en los diferentes objetos de valor. Un diamante vale mucho en el mercado de valores, pero no vale para salvar a quien se ahoga en el océano, en este caso vale más una llanta de tractor que un diamante.

La ignorancia de esta realidad en el mercado de las bellas artes ha trastocado al mundo de la estética, fragmentándolo en tal manera que los profesionales de la misma han sido marginados por la masiva postulación de fragmentos insuficientes que pretenden, con sus fragmentos los beneficios de lo completo, de lo máximo.
¿Cómo pretender que un fragmento valga lo mismo que la totalidad? ¿Cómo esperar que una línea, un color, o una mancha, valgan igual que una imagen? ¿Cómo esperar que un oficio valga tanto como la investigación, o un descubrimiento tanto como un experimento?

 Nos orgullecemos de los grandes beneficios derivados de los descubrimientos, así como del desarrollo sensible de la capacidad de percepción de nuestros líderes intelectuales y  representantes sociales, pero en el plano de la estética nos encontramos con una situación social totalmente dicotómica. Por un lado, existe la necesidad de admirar el beneficio de la complacencia derivada de la imagen, del sonido o del volumen, y por otro lado, existe el criterio de repudiar a los objetos que satisfacen esa necesidad,  repudiar la armonía, la concordancia o lo adecuado.

La necesidad estética exige del beneficio derivado de la armónica concordancia producida entre el apreciador y el reconocimiento de la validez del objeto apreciado. Pero, curiosamente, en las artes plásticas se ha generalizado la defensa del priorizar las discordancias en lugar de las concordancias, la ruptura en lugar de la unidad, la sorpresa vulgar  en lugar del asombro genial y las diferencias en lugar de las armonías.

Es natural que se pretendan nuevas aventuras, pero no debemos exigir de estas experiencias el beneficio del descubrimiento. Son muchos los intentos por encontrar petróleo, pero a nadie se le ocurriría exponer y vender los objetos utilizados en la búsqueda del petróleo y pretender que se le pague, por las herramientas utilizadas en el intento,  un precio igual al del yacimiento  de petróleo. El petróleo es el beneficio del descubrimiento y no las herramientas.
En las artes plásticas ocurre algo curioso, se pretende que el valor de las herramientas sea igual al beneficio del descubrimiento. Esto se debe a la ignorancia de los valores contenidos en las artes plásticas.

Las artes plásticas contienen valores derivados de sus proposiciones temáticas. No vale lo mismo una proposición emblemática universal válida siempre y para todos los humanos, que una proposición individual, válida únicamente para quien la postula. Si, por ejemplo, propongo la realización del tema de la cueca, posiblemente sea reconocida mi propuesta por quienes reconocen la cueca de mi obra, pero ¿cómo van a apreciar el tema de la cueca aquellos que nunca la han escuchado o visto, o no saben de la existencia de la cueca? La cueca es una proposición fragmentaria que será apreciada temáticamente por quienes reconocen a la cueca. Pero si en lugar de ella  propongo, por ejemplo,  el tema de la ansiedad, seguramente todos los humanos podrán reconocerse en ella y apreciarla como propia. Esto transforma a la ansiedad en una proposición temática emblemática, es decir por todos compartida. Y esto es independiente de que la ansiedad sea atractiva o rechazada por quienes la padecen.

A nivel de proposición temática, existen temas de carácter universal o emblemático y  temas de características fragmentarias o individuales que deben complementarse entre sí. Por ejemplo, si, se propone la ansiedad como tema y esa propuesta no contiene ninguna conexión con el autor, la proposición puede ser apreciada por todos los humanos como propia, pero el autor habrá postulado un tema impersonal, puesto que no quedó manifiesto en el su ansiedad. Por lo tanto, el valor temático máximo de la proposición ha de contener los atributos de ser siempre y para todos válido y, en ese “todos”, se ha de incluir también al autor de la propuesta.

Existen otros valores en el arte de la plástica, como son el valor compositivo de la idea y de la imagen, el valor gráfico de la precisión y de la destreza en el trazo, el valor  tonal de los claros y oscuros, de los altos y bajos contrastes y el valor cromático de los colores cálidos y fríos, así como el valor del oficio depurado o de la improvisación. Estos valores, siempre y cuando existan en armónica relación entre sus complementariedades, producen beneficios que satisfacen a la necesidad del apreciador.

Podría decirse que estos valores  son objetivos, puesto que se pueden comparar visiblemente unos con otros. Pero también existen en la plástica otros valores subjetivos, como por ejemplo, la originalidad, la comunicación o la suma de atribuciones sensibles, significativas o serviciales de la obra. Por ejemplo: si la obra ha pertenecido a un líder nacional, o si ha participado en una exposición de prestigio, o ha sido parte de una subasta en la que su precio ascendió hasta el extremo de ser adquirida por una enorme suma de dinero. Estos atributos se  suman al atractivo de poseer dicha obra, y puede ocurrir que un trabajo de escasos valores objetivos adquiera el atractivo del mercado, aún sin contener valores temáticos universales, o sin contener el desarrollo máximo de las habilidades de un oficio. Pero esto es parte del mercado de valores, y no tiene nada que ver con los valores propios del oficio del artista.

Por valor  se entiende la cualidad contenida en el objeto que satisface la necesidad del sujeto que lo aprecia. ¿Apreciamos todos lo mismo? No, no lo hacemos ni en la intensidad ni las particularidades de lo apreciado pero todos sentimos lo mismo del beneficio de lo observado, todos sentimos complacencia o displicencia, y todos sentimos el acomodo de la complacencia que nos satisface y el desacomodo de la displicencia que nos insatisface.
Valor es una cualidad que se establece en la correlatividad, concordia o coincidencia entre el objeto observado y el sujeto que lo aprecia. Sin el sujeto que aprecia o sin el beneficio derivado del objeto observado no puede establecerse el valor. El valor existe en potencia en toda existencia, pero esa potencia se realiza en la apreciación del sujeto.

Existen valores en potencia que son siempre validos para todos los apreciadores (plenitud, justicia y cumplimiento) y existen diversos grados en la intensidad de la apreciación que diferencian la evaluación de ese potencial. Por ejemplo, los valores que satisfacen a las necesidades emocionales son muchos, y en su apreciación podemos entenderlos como relativos a la capacidad de cada uno, pero el sentimiento de plenitud es por todos perseguido y  es insuperable. No existe satisfacción o gozo que supere el estado de plenitud. Lo pleno es pleno, no exige ni necesita de más. Lo mismo ocurre con lo justo: toda razón pretende el encuentro con lo verdadero, y en ese sentido, puede que lo cierto para uno, no sea tan cierto para el otro, pero lo justo es justo, concordante y adecuado para toda justicia. De igual modo que lo completo o lo cumplido. ¿Podría hacerse algo más perfecto, más servicial o más adecuado que lo cumplido o lo completo de acuerdo al deber de la razón que así lo justifica? Lo completo, lo justo y lo pleno no exigen de más y por lo tanto, podemos referirnos a estos valores como los valores máximos insuperables, que por ser por todos perseguidos, y por ser validos siempre y para todos,  transforma a estos valores en absolutos.

Al comprender la realidad de estos valores máximos insuperables y absolutos como constante en la necesidad, en el interés y en el deseo del ser humano, podemos entender  la razón del porqué el arte es  el medio utilizado en la consecución de estas máximas constantes. El arte, cuando pierde la orientación de su destino máximo, pleno, justo y cumplido, se transforma en fragmento, en relativo a la interpretación de cada uno. Pero como hemos demostrado, los valores absolutos de plenitud justicia y cumplimiento del deber, no son propios  ni relativos a cada uno, son las necesidades propias de cualquier proposición, necesidades que por lo demás esperan siempre ser satisfechas y quien logra la satisfacción de la necesidad, del interés y del deseo del apreciador, establece el valor de complacencia máxima o plenitud, de certeza máxima o justa razón y del cumplimiento máximo del deber necesario.

Las artes plásticas deben recuperar la orientación estética, fijando su atención en el establecimiento ético de una moral madura. Sin el cumplimiento del desarrollo moral del artista, difícilmente podremos descubrir al artista maduro, sin el desarrollo ético de las relaciones que establece el creador de una proposición, difícilmente podremos hablar de un arte justo y sin la maduración en el cumplimiento del deber de satisfacer a las más altas necesidades validas siempre y para todos, difícilmente podremos calificar al autor de ser “artista”.

Martín Soria

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