Cualquier tema de
carácter emblemático que represente la personalidad del creador, puede ser
admirado, si responde a la lógica del equilibrio de las diferencias.
El arte es una
manifestación creativa que expresa sensaciones pertenecientes al “-ser persona-”. La persona que se expone al
arte, tanto a la apreciación como a la creación del mismo, espera satisfacer en
él sus intenciones. Visitamos salas de arte, cines, o teatros, porque esperamos
encontrar algo interesante, entretenido o complaciente; de no ser esta nuestra
esperanza, no iríamos. Claro que, siempre habrá un perverso masoquista que
afirme su intención de visitar estos lugares para sentirse castigado, pero esos
son casos patógenos que no representan a
la sana mayoría.
Para que el arte satisfaga a la capacidad
emocional del observador, ha de contener elementos de valor. Por lo tanto, en
las artes plásticas, han de representarse no solo la forma de las cosas, sino
también, la virtud de las cosas.
Si
observamos los trabajos de Antonio López García, los cuadros de Odd Nerdrum, o
las pinturas negras de Goya, podemos
entender que nos afectan emocionalmente. Ese, sentir de la imagen un estado
anímico, estimulante o depresivo, es consecuencia, de la correlatividad que se
establece, entre el contenido emocional de la imagen y la capacidad emocional
del observador, para reconocer dicho
contenido. Cuanto más extenso y profundo sea el vínculo emocional, entre la
imagen y el observador, mayor será el reconocimiento de valor que el apreciador dará a esa obra.
El tema de un
trabajo artístico es decisivo para establecer los vínculos emocionales
necesarios para apreciar. En la elección temática hay que determinar las
prioridades referentes al momento y lugar. No todos los momentos son iguales,
ni se viven esos momentos de igual modo en todos los lugares. Por lo mismo, no
todos los temas son emblemáticos, ni todos los emblemas representan de igual
manera a las personas.
Así como el
periodista condiciona la noticia a sus propios intereses, el artista ha de ser
quien determine la prioridad en la importancia del tema a elegir. Por lo
regular, existen algunas características en determinados temas que contienen
valor en sí mismos. Por ejemplo en aquellos temas de carácter emocional. La
piedad inspira acogimiento, la sensualidad inspira curiosidad. La tristeza
inspira al consuelo, etc. Estos temas son universalmente reconocidos y opera
frente a ellos la actitud complementaria a lo que muestra la imagen; por esa
razón es fácil el encontrarse ligado a un atardecer, por la melancolía que
despierta en uno, la asociación con esos sentimientos del “ algo que se te va”.
Los temas universales o emblemáticos, aglutinan al espectador con la creación,
mientras que los temas frívolos, o
triviales, carecen de esa emulsión.
Existen notables diferencias socio-culturales
entre los diversos lugares del planeta. Los artistas plásticos del continente
americano prefieren optar por representaciones decorativas o por colores
primarios, espontáneos y casuales; generalmente motivados por el impulso
económico, pero los artistas del viejo continente, prefieren representar
emociones densas, dramáticas, crudas, con colores rebuscadísimos, grises
elegantes, o asociaciones cromáticas muy estudiadas, motivados generalmente por
el peso de la cultura.
Lo mismo puede
verse en el cine. El cine americano es simple, superficial y con mucha acción
para que el espectador se entretenga sin pensar en más, por el contrario el
cine del viejo continente es denso, difícil, y donde si no estás atento al
guión, se te escapa la película, vean “Hable con ella” de Almodóvar, y
verán una expresión del cine europeo. Lo
mismo ocurre en la pintura. Al pintor del viejo continente le preocupa la
expresividad del cuadro, su contenido, sus virtudes y por supuesto su “alma”.
El trabajo ha de ser entero,
-cada vez más
entero-. La entereza del tema también se desprende de su composición, del orden
cromático elegido y por supuesto del profesionalismo técnico mostrado en el
trabajo realizado. El artista del viejo continente se preocupa por sorprender
al observador, con alguna forma de hacer, que no se entienda a simple vista el
cómo lo hizo, de ese modo protege la originalidad de su obra. Mientras que el
artista del nuevo continente no se preocupa tanto por eso, lo que responde al
referente tradicional en el cual se inserta.
La temática
pictórica, ha sufrido numerosos cambios, generalmente asociados al formulismo
ideológico de cada momento histórico y lugar. Desde la prehistoria, las artes
muestran esa ligazón temática con el criterio imperante. En cada uno de esos
momentos, el artista ha buscado temas de carácter universal. El pensador de Rodin no se pudo
concebir en la prehistoria, sino en el momento en el que el ser humano se
consideró un ser pensante. A pesar de que se hubiese realizado en la
prehistoria, este tema necesitaba de pensadores que se reconociesen en él, por
eso que tuvo tanto éxito cuando lo presentó Rodin, porque establecía la
correlatividad, recognición y correspondencia con el criterio del momento en
ese lugar. Lo mismo ocurrió con la
Señoritas de Avignon de Picasso. Esas señoritas no habrían
sido valoradas en la edad media, pero en su momento, significaron la apertura a
un nuevo ideal anárquico; significó la propuesta a echar a un lado a la presión
ideológica de un criterio impositivo, por esa razón el tema de las Señoritas de
Avignon adquiere valor, el valor de transformarse en un icono social que
posibilita el cambio.
La historia ha
sufrido grandes cambios en un lapso de tiempo demasiado corto como para
digerirlos y la temática del arte ha continuado ligada a dichos cambios. Ese -
todo cambia – se deja ver en las propuestas pictóricas actuales. Ya no se
identifica al autor con su trabajo, porque cambian en cada proposición. La
originalidad ha pasado a transformarse en sorpresa y cuando te acostumbras a
las sorpresas, dejas de sorprenderte. Actualmente lo vulgar, es precisamente lo
sorprendente, lo novedoso, lo superfluo, aquello que no tiene nada que ver con
nada.
Lo original es
aquello que se liga con su origen en su tiempo; este es el tiempo del ideal
absoluto, el tiempo de las emociones. Ya se pasaron los tiempos la revolución
industrial, de las opresiones sociales, de la acumulación de poder; los tiempos
de la ilustración, del conocimiento científico. Ya no se necesita la
demostración de nada, porque todo ha sido demostrado. El descubrimiento de la
ley del dar y de los principios fundamentales de la creación, ha iluminado a la
ciencia y el misterio ha sido descubierto. La emoción inteligente, ha de
conducir a la inteligencia emocional, hacia la unidad completa en el vínculo
familiar. El hombre ha vuelto a su origen y en esa realidad, reposan las
características de la temática actual y futura.
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