Si partimos de la base de considerar a un hombre
maduro, cuando es sano, diligente, seguro, justo y responsable, debemos además,
reconocer cual es el proceso de maduración de estos valores, para educar a las
generaciones posteriores en el cumplimiento de estos atributos.
Una persona se dice sana cuando todos y cada uno de
sus órganos, cumplen de manera natural con sus funciones básicas. Estar sano, en otras palabras, es disponer de
las funciones naturales propias de la especie a la cual se pertenece.
La salud física del ser humano, viene en cierto
aspecto contenida en su composición genética y basta con un ambiente natural
adecuado, en el que la temperatura no exceda el margen de entre los 10 y 40
grados, con una iluminación sin radiaciones extremas y con aire limpio;
ambiente este en el que se pueda realizar el ejercicio motriz necesario para
cargar los músculos de energía y del que se puedan derivar los nutrientes
alimenticios y jugos necesarios para la nutrición sana del cuerpo. Con disponer
de estos elementos, el cuerpo humano pede mantenerse sano en el desarrollo de su potencial
genético.
Pero, no
decimos que una persona es madura por ser vieja, por estar bien alimentada, ni siquiera por
mostrar un físico tipo John Cena
o, Candice Michelle, se puede decir que se es maduro.
Curiosamente el ser maduro no tiene nada que ver con el ser o estar bien nutrido.
Se dice maduro a quien opera de manera responsable, a
quien sentimos seguro y confiable y a quien sabemos diligente frente al
solucionar las máximas necesidades del momento y lugar. Estas conductas, a
pesar de ser por todos aceptadas como normales, no son por todos compartidas
como norma y por no ser siempre aplicables, los humanos nos vemos expuestos a
agresiones que derivan en conflictos.
Estas conductas, diligencia confiabilidad y
responsabilidad, han de transformarse en doctrina del ser persona, pero por ser
libre, cada persona despierta a la necesidad de realizarse en un determinado
momento de su desarrollo, e incluso hay quienes nunca sienten esa necesidad. Lo cierto es que no
hemos logrado educar al ser humano en el verdadero sentido de lo auténticamente
humano y consecuentemente hemos fabricado una sociedad tan fragmentada, que
cualquier proposición, aunque sea la auténtica, pasa por ser evaluada como
cualquiera de los fragmentos insuficientes que previamente hemos conocido.
El ser humano es quizá el único conocido entre las
diversas especies naturales que debe ser educado, entendiendo por educar
al doctrinar en el criterio natural del ser
especie natural. A ningún otro ser es necesario el enseñarle a ser un auténtico
miembro de la especie a la cual pertenece, curiosamente al ser humano sí. Al
ser humano es necesario enseñarle a ser humano, pero para eso es necesario que
un humano descubra la verdadera, la autentica identidad del ser humano y la
responsabilidad de ese descubrir recae sobre cada uno de los humanos, por lo
tanto todos somos en potencia descubridores de la verdadera identidad del ser
persona.
Existen personas más o menos sensibles al
reconocimiento de la naturaleza humana original. Unos se aproximan y descubren
aspectos que nos aproximan al ser auténticos, pero no basta con aproximarnos,
es necesario descubrir con claridad cual es la verdadera naturaleza del ser
humano maduro para compartirla con nuestros pares y establecer un ambiente
típicamente humano, propiamente humano.
El ser humano ha de crecer en su desarrollo interno,
ha de madurar su conciencia de dominio, ha de madurar el sentido de la razón en
función de la justicia y ha de madurar
en las conductas voluntarias dirigidas al cumplimiento del deber. Ser libre,
autónomo y responsable son estados que implican cierto desarrollo.
En primer lugar, podríamos entender que el ser humano
que crece posicionando su conciencia como conductora o directora de sus
instintos y enfocando sus funciones en el logro del descubrir las máximas
necesidades, las razones constantes y el cumplimiento del deber, derivaría en
un individuo de conductas intachables, siempre y cuando enfoque el cumplimiento
de estas necesidades máximas en lo que es siempre y para todos valido, es decir,
en hacer aquello que no perjudica nunca a nadie. Podría pensarse que esto es
imposible, pero no es así. Es necesario reconocer cuales son los valores
absolutos y enfocarse en su cumplimiento para poder reconocer que aquello que
es siempre y para todos valido no perjudica ni confunde ni enajena nunca a
nadie.
Voy a explicar sin extenderme mucho en el tema, a qué
me refiero cuando afirmo la existencia de unos valores absolutos que son
siempre y para todos validos.
El ser humano está dotado de capacidades emocionales,
intelectuales y creativas. Emocionalmente estamos capacitados para percibir
sensaciones gratas o ingratas, complacientes o displacientes. Curiosamente, las
sensaciones de dolor, displicencia o desagrado, no nos atraen, incluso peor, las rechazamos, lo que nos
indica que nuestra capacidad emocional espera sentirse bien. De las sensaciones
complacientes que se conocen, no existe ninguna superior al estado de plenitud.
Por lo mismo, podemos afirmar que el sentirse pleno es insuperable y como es
complaciente siempre y para todos los humanos, llegamos a la conclusión de que
la plenitud es un valor emocional valido siempre y para todos, en otros
términos, es un valor absoluto.
El intelecto humano razona verdades fragmentarias o
universales, justas e incluso injustas en ocasiones. Es lógico creerse la
verdad cuando no se dispone de todos los
argumentos, por ejemplo, en un momento en la historia se creyó que el sol era
Dios, también se creyó que la tierra era plana y que los magos crean cosas de
la nada, estas aparentes justificaciones son razonables hasta que se descubre
lo contrario, por esto decimos que en ocasiones la razón puede no ser justa. La
justa razón es aquella que es siempre y para todo valida. Todo es energía y siempre
es energía, esta es una razón justa, hasta que se descubra lo contrario, pero
existen razones personales y razones universales, existen fragmentos de la
razón y razones constantes. Ninguna verdad es superior a la razón constante e
inmanente y quien está en posesión de esa razón y la cumple voluntariamente se
denomina autónomo (auto - uno mismo; nomo – ley ) Ser uno con la ley es ser
justo y por lo tanto, podemos afirmar que la justicia es una verdad
insuperable, porque es una razón constante e inmanente, la justa razón.
De este modo entendemos que la plenitud y la razón
constante e inmanente son valores absolutos; pero también somos creativos,
disponemos de voluntad y libertad. Libertad se entiende como la capacidad de
optar por lo que es siempre y para todos valido y esta conducta nos transforma
en responsables y el ser responsables nos libera de ser acusados, desmentidos o
descalificados.
A la voluntad humana no le motivan las insuficiencias,
ni los incumplimientos, basta pensar en cómo nos sentimos frente a la imagen
del delantero de nuestra selección cuando pierde el penal frente al portero del
equipo contrario. La voluntad del ser humano se deprime frente a los fracasos o
frustraciones, lo que nos indica que el ser humano espera que sus deseos, sus
aspiraciones, o sus expectativas se cumplan por completo.
Ninguna realización puede superar el cumplimiento
completo del deber. No existe perfección superior a lo cumplido, por lo mismo,
decimos que el cumplimiento máximo del deber es siempre y para todos lo máximo
a lograr y por lo tanto es absoluto.
Ahora que reconocemos la existencia de los valores
absolutos, plenitud, justicia y cumplimiento, podemos comprender a qué me refería cuando hablaba de fijar la
conducta de la conciencia humana en dirección al establecimiento de los valores
absolutos.
Volviendo al tema del crecimiento, el ser humano ha de
crecer en el desarrollo de su sentir, de su entender y de su construir, para lo
cual ha de ser leal en cada pretensión, o en cada proposición, al cumplimiento
completo del deber de ser justo en la satisfacción de la máxima necesidad
valida siempre y para todos. De este modo la conciencia original del ser,
madura en el ejercicio de beneficiar, entender y sentirse satisfecha.
Visto de otro modo, podría decirse que el sujeto que
pretenda madurar, en sus conductas, en sus pensamientos y en sus sentimientos,
debe enfocar su actitud en el amor, en la verdad y en el cumplimiento del deber
de ser responsable por beneficiar a todos con su proposición. En este caso, la
realización de la proposición o la realización del objeto que sea, retribuirá
en él con el atractivo de ser reconocido amable, honesto y responsable.
El ser humano que crece en el ejercicio constante (no varía) y continuo (siempre) del cumplimiento del deber de
ser justo, madura en el afecto, en la verdad y en el realizarse como auténtico
ser humano. Ser justo exige a la conciencia del ser persona, el ser totalmente
leal y obediente al sentirse pleno, al reconocer la justa razón constante y al
cumplimiento completo del deber de ser valido siempre y en todo o para todo.
Crecer en el amor, en la verdad y en el deber
responsable, es necesario para controlar los instintos de protección, de conservación
y de reproducción, así como también es necesario para poder controlar el celo
emocional, intelectual y conductual.
El joven se transforma en maduro cuando es capaz de
controlar sus emociones, su conocimiento y sus habilidades, pero para eso ha de
ser capaz de controlar los instintos físicos.
El instinto es una característica universal compartida
por cada uno de los miembros de la especie, con un objetivo definido y
controlable. El instinto de protección, por ejemplo, responde frente a situaciones de riesgo,
tensando los músculos o inhibiendo sus funciones. Esta tensión o represión
puede en sus extremos, o en su descontrol, producir derivados patológicos, como
por ejemplo las fobias, incontinencia etc.
El ser humano ha de madurar en el dominio del instinto
de protección controlando la ansiedad y la angustia que producen el miedo en
las situaciones de riesgo o de peligro. Lo que no quiere decir que debamos
invitar al peligro a nuestra rutina diaria, pero el tema es controlar la
angustia o la ansiedad que producen ciertas situaciones para evitar que se
transformen en extremas, violentas o
descontroladas. El miedo no es un sentimiento natural, el
miedo inhibe a la actitud diligente y por lo mismo impide el afecto o el
ofrecerse por el bien del otro o de lo otro.
El joven ha de controlar hasta dominar las sensaciones
de ansiedad y de angustia para poder controlar el instinto de protección en sus
extremos y evitar el caer en la tentación del miedo. El miedo, según el diccionario de la lengua española
es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o
imaginario”. Angustiarse por un riesgo, es asumir una tensión por una realidad
no constatada, razón que no puede
justificar la existencia del miedo, distinto es el miedo a la protección. Los
animales se protegen en la situación de daño, pero no predisponen una situación
de miedo hasta que no reconocen la existencia del daño, dolor o desorden.
Tanto la ansiedad como la angustia son sensaciones que en su justa
medida nos permiten detectar aciertos o desaciertos, pero cuando se exceden de
la moderación, cuando se transforman en el objeto de la actitud humana, impiden
el sano desarrollo del individuo. Por eso es necesario controlar sus extremos y
no caer en ellos. Un ser humano ansioso o angustiado produce desagrado, dolor,
y desconfianza en su inmediato. No es normal, ser ansioso o angustiado.
El ser humano ha de madurar en el
dominio del instinto de protección y de mantenimiento. El instinto de mantenimiento es fundamental en el mantenimiento de la alimentación,
descanso y ejercicio necesario para el sano desarrollo de las funciones
naturales del individuo.
Comer es necesario y porque es necesario satisface, se justifica y
beneficia, pero comer en exceso o deficientemente, produce desordenes en la
salud, lo mismo ocurre con el descanso deficiente o en exceso o con el ejercicio en exceso o
insuficiente. De la justa medida se encarga la conciencia del individuo. Es
normal que el instinto de mantenimiento exija degustar del placer derivado de
los ricos alimentos, del chocolate, de los churros, de las patatas fritas o del
café, pero los excesos, así como las deficiencias en los alimentos, pueden dañar nuestra salud. El instinto de
conservación o de mantenimiento es necesario controlarlo hasta fijar los
límites de la moderación en su justa medida.
El control sobre los instintos de protección y de conservación denota
cierta madurez en el individuo que los domina, aunque controlar los instintos
de protección y de conservación es algo más fácil que controlar el instinto
reproductor.
El hombre que domina o controla el instinto reproductor, es un hombre
de extrema fortaleza, de una determinación y firmeza por sobre quienes dependen
del instinto y caen en sus exigencias, es decir, está por sobre cualquier otra
especie animal. Este hombre que puede perfectamente relacionarse con personas
del género complementario sin temor a caer en la tentación del enlace
intergenital prematuro, es sin duda una persona con dominio de las sensaciones,
es decir es emocionalmente controlado o, estable.
La persona emocionalmente estable, con la capacidad de controlar la
ansiedad y la angustia que domina su alimentación, descanso y ejercicio, es una
persona de carácter en la que podemos confiar a cualquier amigo o amiga, a
cualquier hermano o hermana y a cualquier persona con la cual tengamos
construido un vínculo, porque si su
conciencia está centrada en la lealtad a los valores de plenitud, justicia y
cumplimiento, no debemos temer que vaya a caer en la tentación del apetito
intergenital prematuro. Igual puede ocurrir, nadie es perfecto hasta
realizarse, pero si lo hemos visto superar la tentación en varias ocasiones, es
más digno de confianza que aquel individuo del cual se ignora su capacidad de
dominio o, de aquel individuo, del que se conoce que no ha sido capaz de
controlar el instinto en otras ocasiones.
El joven leal y obediente a los valores absolutos, de plenitud justicia
y responsabilidad, que controla la ansiedad y la angustia, que controla los
excesos y deficiencias alimenticias, que descansa lo estrictamente necesario y
que se ejercita lo justo para mantenerse fuerte y sano, si es un hombre que
domina y controla la tentación del apetito intergenital prematuro, es un ser
por sobre el reino animal, es un ser cuyas conductas son normadas y normales;
en rigor es un ser maduro en sus conductas. Pero no maduro en el reconocimiento
del vínculo. Para madurar en el
reconocimiento de los valores absolutos, este ser maduro en las conductas ha de
transformarse en maduro en el re conocimiento de las razones constantes.
La máxima razón constante del universo, de todas y cada una de las
especies naturales es el amor. Amor es la fuerza que une. Existen dos tipos de
unión: la unión por enlace y la unión vincular.
El enlace es un poner juntos dos cuerpos. El vínculo es el
establecimiento de correlatividad, concordancia e interconexión entre
similaridades. El vínculo es un contacto
emocional en el que se sueldan, se emulsionan o se intercambian aspectos
sensibles, conocimientos o afinidades. La necesidad vincular invita al enlace,
este es el orden natural, a pesar de que del enlace en ocasiones se desprenda
la creación de algún despertar vincular, pero eso no siempre suele ocurrir, lo
contrario, la necesidad vincular siempre deriva en el enlace, pero el enlace,
como antes dije no siempre deriva en vínculos. Por ejemplo: la necesidad
vincular por encontrar amigos, desemboca en el encuentro con personas desconocidas
a las que fácilmente podemos enlazar en la amistad, mientras que el enlace
entre dos personas que no pretenden vincularse, no derivan en ninguna amistad.
El enlace intergenital que no pretende vincular a quienes lo establecen se
denomina de un modo descalificativo, como prostitución o, fornicación, mientras
que el enlace vincular intergenital se denomina hacer el amor.
Decimos que la máxima razón constante y continua es el amor, pero
existen diferencias de grado en el amor. No es igual el tipo de amor filial,
que el conyugal o el paternal. El reconocimiento del amor paternal
incondicional nos demuestra que en esa experiencia se establece el verdadero
sentido de plenitud máxima en el vínculo, se establece la máxima confianza en
el reconocimiento de la justicia máxima y se establece el máximo cumplimiento
del deber responsable, pero para lograr reconocer esta certeza, el individuo ha
de experimentarla y por lo tanto, ha de realizarla.
Para realizar la experiencia del
vínculo filiopaternal, fraternoconyugal y paternofilial maduro, el individuo ha
de multiplicarse estableciendo el núcleo gestor de la especie humana, la
familia.
La multiplicación de la incondicionalidad ha de iniciarse en la
incondicionalidad. El amor es la fuerza que une, pero no une a quien desprecia,
ni a quien se desentiende ni tampoco al desconsiderado. El amor une a quien
atiende, entiende y acoge. Atender,
entender y acoger son actitudes incondicionales, es darse por el beneficio del
otro, eso es afecto, y eso es amor. El verdadero amor es el amor incondicional
del padre que se ofrece al hijo por desarrollarlo, convencerlo y realizarlo.
Para madurar el amor incondicional o amor verdadero, es necesario iniciar el
proceso de la gestación y realización de los vínculos sea también
incondicional.
En primer lugar, el hijo que ha madurado en las conductas de dominio
sobre los instintos naturales, superando la tentación del instinto reproductor
y evitando el caer en la tentación del apetito intergenital prematuro, ha de
superar la tentación del celo emocional
(celo afectivo) para eso ha de ser capaz de superar su propio deseo por
el amor, para sí posicionar a la conciencia del valor, por sobre la conciencia
del amor.
Me explico: en la naturaleza existen fuerzas que rigen su
funcionamiento. Fuerzas que por ser constantes son siempre y para todos
validas, lo que las transforma en norma o ley.
Existe la fuerza de la vida, la fuerza del amor y la fuerza del linaje.
Vida, amor y linaje son tres realidades difíciles de evaluar. Si preguntamos
cual de estas tres la vida, el amor o el linaje es la más importante,
difícilmente podemos diferenciarlas, pero al entenderlas podemos determinar su
posición jerárquica en importancia.
Podemos vivir sin amor y sin linaje, durante una sola generación
podemos vivir sin amor y sin linaje, pero más no. Pero no podemos dar vida sin
amor, sin el enlace intergenital, sin la unidad, sin la fuerza que nos una, no
podemos crear vida, pero si podemos vivir en el amor, en el intercambio
intergenital sin reproducirnos, podemos hacerlo durante una sola generación, y
hasta ahí llegó nuestra especie, pero no podemos mantener la especie a no ser
que se reproduzca el linaje. El linaje permite la continuidad de la especie y
por eso es la fuerza más poderosa del universo. La fuerza reproductiva es el
vértice piramidal sostenedor del amor y de la vida. En este sentido el joven
con dominio sobre sus conductas ha de dominar también la tentación del celo que
le invita priorizar su propio apetito personal en la elección del amor, por
sobre el priorizar la necesidad reproductiva propia de la especie humana. El
mismo joven se debe a la necesidad natural de su especie y por lo tanto, no tiene derecho a robar de
la especie la incondicionalidad del amor que no le pertenece. Es él quien ha de
entregarse incondicionalmente al amor
incondicional de la especie natural para concordar en la incondicionalidad la
unidad y realizarse luego de madurar incondicionalmente los vínculos
fraternoconyugal y paternofilial necesarios para hacerse especie humana, en
ningún caso debe reducir a la especie humana al fragmento de su ser, haciendo
al amor condicional.
El desarrollo del vinculo fraternoconyugal y paternofilial ha de
iniciarse sobre la consolidación del vinculo filiopaternal, es decir, el hijo
que supera la tentación del apetito reproductor prematuro, se consolida como
señor de los instintos, lo que le califica como superior al resto de las
especies que dependen del instinto. Y al asumir el rol gestor de la conciencia
plena, justa y responsable, se encarna
como señor del amor al priorizar la incondicinalidad en la reproducción
posicionando su cuerpo como objeto del amor incondicional y se apropia del
derecho a la verdadera primogenitura como heredero del verdadero amor. El fruto de este enlace vincular incondicional
es un verdadero hijo. Un Hijo al que no se le puede acusar de ser fruto del
egoísmo, ni de deficiencia alguna puesto que sus padres se calificaron en el
dominio sobre los instintos y sobre el celo, un hijo producto de una pareja estable
emocionalmente, intelectualmente segura y una pareja responsable en sus
conductas, este es un Hijo inmaculado.
Al multiplicarse, la pareja incondicional que ha
superado la tentación del celo afectivo y del instinto reproductor prematuro,
inician en primera instancia el recorrido del establecimiento vincular fraternoconyugal,
intercambiándose afecto, verdad y bondad; estando atentos el uno al otro,
atendiéndose y entendiéndose hasta fundirse en la confianza, en el cumplimiento
de las responsabilidades y en la unidad en la fidelidad y lealtad del más puro
amor vincular.
El desarrollo y establecimiento del vínculo entre la
pareja exige respeto, todo el respeto, lo que implica aceptación mutua. Ninguno
de los dos debe ni descalificar, ni descriteriar, ni despreciar al otro en
ningún momento. El asumir la incondicinalidad en el amor exige la aceptación
incondicional de cualquier posible diferencia, lo cual no significa aceptar ni tolerar incongruencias o
incompatibilidades con los valores absolutos.
Es necesario recordar que el camino de la incondicionalidad adquiere su
sentido en el destino de lograr el reconocimiento y la experiencia de plenitud
en el vinculo, del reconocimiento de la justicia máxima en la unidad y del
experimentar el cumplimiento de la realización del ser personas, por lo tanto
cualquier diferencia ha de estar sometida al sano funcionamiento del desarrollo
de los valores absolutos.
El proceso de maduración del vinculo fraternoconyugal
incondicional es paralelo a la maduración del vinculo paternofilial. Los
verdaderos hijos adquieren una condición de
mediadores o conciliadores entre los padres. En los hijos ven la pureza
del carácter original, pero también se pueden apreciar los reflejos de sus
propias insuficiencias, lo que en ocasiones ayuda a depurarse.
El amor paternofilial es totalmente incondicional. Al
hijo se le atiende, se le entiende y se le pone mucha atención, se le cuida, se
le alimenta, se le cura y enseña, se le conduce y se guía hacia el destino de
que pueda ser perfecto en el vinculo incondicional. Se le educa en la lealtad y
respeto a los padres, en la aceptación de la incondicionalidad por sobre el
egoísmo, en el desarrollo del dominio sobre las virtudes, sobre la prudencia,
la firmeza y la templanza, y se le acompaña en el recorrer el proceso del
dominio sobre los instintos y el celo.
Todos los padres lo hacen de una u otra manera, mejor
o peor, todos los padres esperan de sus hijos lo mejor, que sean humanos, (que
dominen los instintos) que sean normales, (de acuerdo a la norma) que sean
honestos (reconozcan la verdad que es siempre y para todos valida) que sean
responsables (que cumplan voluntariamente con el deber de ser auténticos) Todos
los padres buscan lo mismo, pero no todos entienden lo que buscan.
Cuando el padre de familia amable, atento, afectuoso,
seguro y responsable se une vincularmente en el compromiso de realizar a su
mujer y lo establece. Y cuando la madre amable, atenta, afectuosa, segura y
responsable, se une vincularmente en el
compromiso de realizar a su esposo y lo establece, se maduran hijos amables,
honestos y responsables que establecen familias amables, honestas y
responsables, que establecen comunas amables, honestas y responsables, que al
unirse unas con otras forman ciudades de personas amables, honestas y
responsables, ciudades estas que al extenderse forman regiones amables,
honestas y responsables, y así se establecerían las naciones, continentes y
mundo de personas amables, honestas y responsables.
Personas atentas todas a entender y, a atender,
personas que emocionalmente captan la necesidad máxima del momento y lugar y la satisfacen resolviéndola o realizándola.
Personas que reconocen las razones constantes y las comunican de una forma
clara y precisa, personas que cumplen con el deber de realizar la máxima
necesidad valida para todos. Este es el lugar que hemos perdido por caer en la
tentación del apetito intergenital prematuro. Por perder el dominio sobre los
instintos y por no ser capaces de controlar el celo emocional, intelectual y
conductual.
La tercera misión del desarrollo del ser maduro, es la
de establecer correctas relaciones ínter especie. Tanto el hombre como la mujer
maduros en el dominio sobre el instinto y sobre el celo, han de establecer
relaciones con el entorno estableciendo proyectos, propuestas o realizando
productos que satisfagan a las necesidades máximas de todos, que sean
educativas, razonables o justas en su eficiencia y que beneficien a todos
siempre. De este modo, el ser persona experimenta alegría al ver y apreciar
objetos bellos, justos y buenos.
Hasta ahora he presentado brevemente el contenido del
desarrollo del ser persona. Con toda
humildad y sinceridad les pido que si alguien considera que ese tipo de
persona, responsable en el cumplimiento de la máxima necesidad valida siempre y
para todos no es auténticamente humana, por favor, agradecería me ayudase a
encontrar la verdadera naturaleza del ser persona integra, pues he pasado más
de dos tercios de mi vida estudiando al ser humano y realmente me sentiría muy
aliviado al saber, que si todo mi esfuerzo no ha servido para nada, al menos ha
servido para encontrar finalmente la
verdadera identidad del ser persona que este alguien me proponga.
El ser humano ha de crecer hasta madurar en el afecto
vincular paternofilial, pero todos sabemos que ningún padre puede llegar a
serlo sin ser antes esposo, por lo mismo ha de madurar el vinculo
fraternoconyugal primero y también sabemos que no se puede ser esposo sin ser
antes hijo y para calificarse como verdadero hijo ha de ser aceptado por su
verdadero padre, lo que obliga a madurar en primera instancia el vinculo
filiopaternal.
El ser humano ha de crecer en el descubrimiento y
entendimiento de las razones constantes, en el reconocimiento de los principios
de la creación y de las funciones básicas de
las relaciones interpersonales e interposicionales. Ha de crecer en el
cumplimiento responsable del deber de ser autentico. Ha de crecer en el
entendimiento de la realidad moral, ética y estética.
Crecer en el afecto ayuda a conectarse con la
verdadera identidad propia del ser persona, con
la incondicionalidad paternal.
Crecer en la razón ayuda al entendimiento de la
naturaleza propia de las especies naturales.
Crecer en la bondad, construye la autenticidad del ser
íntegramente humano.
Cuando la conciencia del ser persona asume la conducción
y dirección del cuerpo, regulando los instintos de protección y de
mantenimiento, priorizando el establecimiento natural de la reproducción sana,
por sobre el ejercicio del enlace intergenital prematuro, la conciencia se
adjudica la rectoría del celo emocional, intelectual y conductual, evitando el
caer en los extremos de la imposición, indiferencia o rechazo; de la
arrogancia, incredulidad o ignorancia y de la violencia, insuficiencia o flojera.
La conciencia que persigue en cada instante la realización
de la máxima necesidad valida siempre y para todo, que pretende el
entendimiento de la máxima razón constante e inmanente y que realiza el máximo cumplimiento del deber o el
deber máximo a cumplir, en cada instante
y lugar, lógicamente está creciendo en
la incondicionalidad natural. De este
modo el ser humano se establece como autentico objeto de su función original de
ser persona. Y la proposición del ser persona, se establece en la consecución
del vínculo paterno maduro y este hombre adquiere la cualidad de ser uno en la
justicia, en el valor y en el cumplimiento de su razón de ser.
En el proceso de su desarrollo, el ser humano, ha de
atender con respeto al otro de igual
manera que a lo otro. Atender, es tender la mano al otro para entregarle algo que sea aceptado como valido. Atender es
darle hasta crearle, concordarle o
interconectarle contigo. Es darse por su bienestar y beneficio. Es
guiarlo y protegerlo, cuidarlo y nutrirlo, servirlo y educarlo, escucharlo y
entenderlo, celebrarlo y bendecirlo. Atender al otro es necesario para entrar
en el y entenderlo. A-tender y en-tender exigen estar atento.
Atender, entender y estar atento son las actitudes
fundamentales para desarrollar la interconexión vincular con el otro, para
descubrir y conocer al otro, para responder y resolver los problemas del otro.
Estas son las bases del desarrollo emocional intelectual y creativo.
Sin poner atención (estar atento) no se entiende. Sin
entender no se sabe y por lo mismo no se puede. Sin atender no se crea.
Atender, entender y estar atento, obligan a negarse a
uno mismo. El negarse a si mismo es una
actitud y un comportamiento natural que nosotros olvidamos.
Hemos invertido las conductas naturales, validas
siempre y para todos y las hemos transformado en conductas fragmentarias o
culturales, validas únicamente para unos. En lugar de poner atención, buscamos
llamar la atención. En lugar de entender al otro, esperamos que el otro nos
entienda y en lugar de atender al otro, esperamos que el otro nos atienda. Si
no restauramos la prioridad de las conductas naturales, no podremos cumplir con
la esperanza compartida del ser feliz, ni podremos madurar en los vínculos, ni
en el entendimiento de las razones constantes, ni en el cumplimiento
responsable del deber de ser maduros, como especie humana.
Para atender, entender y estar atentos, es preciso
discernir de entre lo bueno lo mejor, y lo mejor, es necesario comprobar si es
realmente valido siempre y para todo. Debemos discernir de entre las razones
que se consideran ciertas, aquellas que son siempre validas y por lo tanto son constantes,
continuas e inmanentes, por ser justas, lo que transforma a esa razón en
siempre valida para todos, o absoluta. También es necesario discernir sobre las
conductas. Toda conducta ha de
considerarse suficiente frente al cumplimiento del deber máximo a cumplir,
deber este determinado por la máxima necesidad valida a realizar.
La máxima necesidad valida a satisfacer, ha de ser
descubierta por cada uno de nosotros y para eso es necesario el uso de
prudencia.
Prudencia es el servidor custodio de la opción valida.
Si logramos el dominio de la prudencia, haciendo uso de la misma en cada
opción, o frente a toda alternativa, llegaremos a tal grado de agudeza
sensible, que nos será fácil reconocer cual es la máxima necesidad del momento
que debemos realizar, descubrir y reconocer o satisfacer. El dominio sobre la prudencia te hace prudente, sensato,
juicioso, cuerdo, atinado. Aspectos estos constructores de la maduración. Pero
no solo de prudencia vive el hombre, también de fortaleza. La fortaleza es el
servidor custodio del proceso de realización. Fortaleza es determinación y
firmeza, es arrojo y valentía, es esfuerzo y coraje. El ejercicio de la
firmeza, te hace un hombre de carácter determinado y el dominio sobre la
firmeza orientada hacia la consecución de los valores absolutos te hace grande
en valor, te madura.
Pero en el proceso de maduración existen aspectos
diferentes entre el otro o lo otro y tu. Esas diferencias han de ser templadas
en el carácter de quien se encuentre con ellas. La templanza es el servidor
custodio de las diferencias y para que estas diferencias no perturben, es
preciso templarse frente a ellas.
Para atender, entender y estar atento, es necesario el
uso de las virtudes, de la prudencia en la elección valida, de la firmeza para completar el proceso de desarrollo y
templanza para asumir las diferencias
propias de nuestra unicidad.
Fortaleza para superar las tentaciones derivadas del
ego, el estoy cansado- el yo no soy capaz, o el es muy difícil-, estas
consideraciones si bien son del individuo, no son consideraciones de la especie
humana, la especie ni se cansa, ni se descalifica, ni se cansa. La especie
humana se determina hacia el cumplimiento de su razón de ser. La especie humana ha de cumplir con su rol de
ser humana y en ese sentido nadie ni todos, pueden impedirlo.
El humano maduro es aquel que ha madurado las
virtudes,
Es prudente, porque ha madurado la prudencia, es determinado y firme, porque ha madurado la fortaleza,
es templado y flexible porque ha madurado la templanza. Ha madurado la atención
y por lo tanto atiende, ha madurado el entender y por lo tanto entiende, ha
madurado el estar atento y por lo mismo descubre.
El humano
maduro en el dominio de las virtudes, ha de realizarse en ser maduro en
el dominio del instinto de protección, superando la tentación de caer en la
ansiedad o en la angustia. Tanto la ansiedad, como la angustia son extremos y
sería descalificarse el ofrecerse a estos extremos. Ha de realizarse en el
dominio sobre el instinto de conservación, viviendo una rutina sana y unas
conductas saludables, nutriéndose a sus horas, sin excesos ni escaseces y
durmiendo estrictamente lo necesario sin excesos. Y ha de realizarse maduro en
el dominio del instinto de reproducción, superando la tentación del apetito ínter genital
prematuro. El enlace ínter genital es
prematuro, cuando por alguna razón no beneficia al núcleo de los siete
afectados por las consecuencias de esta relación.
Para calificarse como dominador de los instintos y en
especial para superar la tentación del enlace ínter genital prematuro, el
individuo ha de ser experto en el control del celo. Control del celo emocional,
intelectual y motivacional. Por esta razón se hace necesario el educar en la
moderación al ser humano.
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